La mujer gacela


Bosque de Espinos1bl.

La gacela es débil. Es un animal nacido para complacer al más fuerte, para saciar el hambre del que manda. La gacela pretenderá escapar, huir de la muerte, pero irremediablemente acabará bajo las garras del león, en las fauces del guepardo, o siendo la cena de alguna otra fiera hambrienta que emprenderá una estrategia infalible. El depredador eligirá una gacela de entre decenas, quizá entre cientos. Será siempre la mejor, la más codiciable para sus ojos. Observará paciente sus movimientos, estudiará sus costumbres. Al cabo de un tiempo, él sabrá perfectamente a qué hora permanece junto a la manada y cuándo se queda sola. Sabrá a qué hora come y a qué hora duerme. Se aprenderá de memoria sus hábitos de apareamiento. El depredador no dejará nada librado a la suerte. Deseará con angustia, con profunda pasión, a la gacela. Soñará todas las noches con tenerla bajo su poder. Querrá hacerla suya cada día, no admitirá compartirla con ningún otro animal. La gacela será el premio a su dedicación, a su destreza, a su sabiduría, a su paciencia, a su valentía. Cuando sea el momento, el animal salvaje se acercará lentamente, de manera imperceptible, al territorio de la gacela. Y, aunque ella sepa oler el peligro, él será tan cauteloso que ella no notará su presencia. Cuando él esté a unos pocos metros, ella lo reconocerá. Entonces, empezará la carrera. Él la perseguirá por llanos, selvas, ríos, arenales, bosques y descampados. La perseguirá día y noche hasta lograr su rendición. Ella correrá por su vida, sabiendo que llegará el momento del cansancio, el instante en que se dará por vencida. Entonces, él se abalanzará sobre ella, la devorará, le romperá los huesos con sus dientes, se saciará con su carne, beberá su sangre y dejará los despojos para las aves de rapiña. No tendrá piedad con su presa. Así actúa un hombre depredador con una mujer gacela.

La mujer gato


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Mi gato está en la cornisa. Observa a la paloma que está en el techo de la casa de al lado. No se la quiere comer. No tiene hambre. Simplemente quiere cazarla para morderla, juguetear con su pescuezo, destrozarla. Causarle la muerte a ese miserable animal lo haría un gato feliz. Me ha traído muchos pájaros de colores, destripados. Me los lanza a los pies como si fuesen un trofeo, un símbolo de su amor. Él me ama. Yo soy todo para él. Los pelos del lomo se le encrespan. Se pasea angustiado por el bordillo, parece que quiere saltar. Tendría que dar un gran salto, un salto de trapecista, para alcanzar al ave. La paloma es torpe. Se queda mucho rato quieta. Mueve levemente la cabeza, picoteando algo invisible en el zinc. Hace un sonido quejumbroso. Zurea, arrulla, gime. No se entera de las intenciones del gato. La paloma es gris y gorda. El gato es peludo y ágil. El gato se eleva en el aire como si fuese un grillo y, en un santiamén, cae sobre la paloma que no alcanza a volar. La toma del pescuezo, le entierra los dientes filudos, el animal indefenso aletea. El gato la zarandea. Le incrusta los colmillos en el buche. La sangre caliente empieza a manchar las alas plomas. Otras palomas y yo miramos, de lejos, el atroz espectáculo. Ella deja de moverse, él se va por los techos con los pelos de la boca ensangrentados. Se aleja caminando con elegancia, sintiéndose un rey. Hay animales que mientras más crueles se muestran, más hermosos nos parecen. La paloma, en cambio, muere lentamente. Todavía late algún órgano de su pequeño cuerpo. Da pena y asco. Esto le hacen las mujeres gato a los hombres que de ellas se enamoran.