Arrebatados por el apego, el odio y la ofuscación, los seres humanos, perdido el gobierno de la propia mente, se hacen daño a sí mismos y a los demás, sufriendo toda clase de dolores y aflicciones. Pero el que se ha apartado del apego, el odio y la ofuscación no se hace daño a sí mismo ni hace daño a los demás, y no sufre ninguna clase de dolor ni aflicción.
Buda
El gran camino es muy llano y recto, aunque la gente prefiere senderos tortuosos.
Lao Tse
Miren, dentro de ustedes se encuentra el reino de los cielos.
Jesús
INSATISFACCIÓN CRÓNICA
Una de las sensaciones más evidentes del ser humano es precisamente esta: la insatisfacción. Es algo parecido a una enfermedad mental. Esta insatisfacción crea ansiedad, angustia, confusión y malestar.
A veces, se percibe como algo difuso, indefinido, pero a pesar de su sutilidad acaba por robarnos el sosiego, la claridad mental y el estado de ánimo. Nos causa sufrimiento, y nos obliga a buscar compulsivamente la forma de encontrar soluciones a esa sensación de vacío, al igual que la persona hambrienta busca su comida. Es como si la persona tuviera un hueco que llenar.
La sensación de foso sin fondo.
Nos ponemos a llenar ese hueco con todo tipo de actividades, logros y metas para llenar el vacío.
Nos compramos un carro nuevo, cambiamos de pareja, intentamos ascender en la empresa, cueste lo que cueste, viajamos para distraernos, consumimos de forma voraz. Toda esa sed, esa voracidad por llenar el vacío, la insatisfacción, hace que al tomar decisiones equivocadas, nos provoquen el mismo efecto que beber agua salada en un sediento: la sed aumenta, aumenta el malestar y el vacío no se llena. Por lo tanto, aparece la insatisfacción crónica.
De esta forma, al desatender los aspectos más valiosos de la vida, es decir: los internos, la paz interior, la salud mental y física, nuestra relación con los demás, nuestra psiquis colapsa como un alud de nieve.
Pero lo bueno es que este estado negativo de insatisfacción puede ser precisamente el detonante que invita a la persona a modificar su mente, y aspirar a un nuevo estado de consciencia. Así, haber sentido en carnes propias la vacuidad nos impulsa a conseguir la plenitud.
Si así nos ejercitamos, poco a poco, iremos sustituyendo el veneno por el antídoto. O sea, transformaremos la ofuscación en claridad, la avidez en serenidad y el odio en amor.
De esta forma, se acabará con la insatisfacción y el vacío crónico, y a su vez, pondremos en marcha las fuerzas psicosomáticas naturales que nos llevan hacia la integración y la evolución de la consciencia, de forma que evitaremos quedar atrapados en nuestras contradicciones internas, en nuestro desorden psíquico, y en todo aquello que consume de forma voraz nuestra paz interior, nuestra claridad espiritual.
Busquemos las herramientas que nos permitan la liberación de lo pernicioso. Volvamos al lugar del que hablaban Jesús y Buda en la parábola del hijo pródigo, y volviendo a él encontraremos aquello que llena el vacío: la plenitud, la paz interior.
Hay tres herramientas para hacerlo posible. En primer lugar: practiquemos una ética genuina, o sea, poner los medios para que los demás sean felices y evitarles cualquier sufrimiento.
Segundo: una disciplina mental que pasa por usar métodos para el cultivo, desarrollo y perfección de la propia mente, aprendiendo a gobernarla hasta donde sea posible. Todo esto se resume en una sola palabra: meditación.
Y la última recomendación es el desarrollo de la sabiduría, que obtendremos al practicar los dos primeros puntos. Esta sabiduría no está en los libros, no está en la acumulación de datos, no está en la erudición, está dentro de ti, en tu alma, en tu consciencia.
Serena tu mente. Gobiérnala, y llenarás el vacío crónico.