La estela azul


despertar-1

Habíamos salido a la terraza, faltaba poco para que el sol terminara de caer. Nos sentamos en el suelo. Me tomaste de las manos y me pediste que cerrara los ojos. Yo obedecí.

Imagina que tu cuerpo se desintegra poco a poco, me dijiste. Imagina que te vas volviendo de aire, que te vas haciendo partículas de un polvo luminoso, imagina que tu alma sale de ti y vuela. Detrás, deja una estela brillante. Ahora, desde arriba, te fundes con los colores y caes sobre la ciudad en forma de luz azul. Esta luz es un consuelo para los que sufren.

De pronto, en el sueño, me vi a mí misma sentada en la ventana de un bus. Me sorprendió ver cómo podía caber en una pequeña ventana. Al parecer, tenía el mismo cuerpo, sin embargo, era como de aire, como un espíritu. Sí, era un espíritu, porque los demás pasajeros no podían verme. Tú estabas sentada a mi lado, en el primer asiento del bus, y mirabas para adelante, como si esperaras a que algo ocurriera de un momento a otro. Por lo visto, te parecía muy normal que yo estuviera sentada en una ventana y con casi todo el cuerpo afuera.

Como una niña pequeña, muy divertida, yo metía y sacaba el cuerpo. Y cuando lo sacaba, a veces, sentía cómo todo tipo de buses e incluso camiones grandes me atravesaban, como si yo fuera puro éter. No me dolía ni nada, pero era una sensación que me hacía apretar muy fuerte los ojos. Tú estabas demasiado concentrada en ver al frente. Así que yo seguía jugando a sacar y meter el cuerpo.

El bus iba realmente muy rápido, tanto que los pasajeros empezaron a protestar. Era inusual la velocidad que llevaba, parecía un carro de carreras. Se armó una bulla intensa dentro por las voces de los pasajeros que exigían al chofer que sacara el pie del acelerador. Pero ninguno se atrevía a levantarse del asiento. Una energía de miedo empezó a inundar el bus, algunas personas empezaron a gritar.

De pronto, tú me dijiste: ¡Ahora! ¡Suéltate, ahora!

Y cuando tú dijiste esto, yo, inmediatamente, supe qué hacer, como si lo hubiésemos planeado en algún momento pasado que yo no recordaba. Fue cuando me lancé hacia atrás. Simplemente me dejé caer, como cuando uno está en un mar tranquilo y se echa hacia atrás para flotar. Caí en el suelo, di algunas vueltas, y muchos autos me pasaron por encima. Pero me levanté sin ningún dolor. Me sacudí el polvo. Y tú, desde adentro del bus, me gritaste: ¡Ahora, vuela!

Entonces, instintivamente yo empecé a flotar por encima de toda la carretera, y pude ver lo que había ocurrido. El bus había provocado un choque múltiple, y todo era demasiado terrible para quererlo ver. Tú estabas ahí, fuera del bus, indicándome con la mano que me alejara. Así que, en medio de la confusión, me fui flotando, ascendiendo. Cuando regresé la mirada para buscarte entre lo diminuto, pude ver una estela de luz azul que yo misma estaba desprendiendo. Era como un polvo que me caía del cuerpo, y se difundía sobre la ciudad.

Después de esto, me vi sentada frente a ti. Y me pregustaste: ¿Ahora lo recuerdas?

Yo recordé, claramente, que, desde niña, tuve visiones. Siempre supe que el lugar dónde estaba, de alguna manera, no era real, sino que estaba representando una especie de teatro, en el que todos actuaban de al contrario de lo que realmente eran, sentían y querían.

Entonces, fui a otro sueño en el que veía cómo los hombres usaban corbata cuando realmente querían usar camisetas. Las mujeres usaban tacones, cuando en realidad querían ir descalzas. Los niños usaban camisas, cuando en realidad querían ir en pijama o desnudos. Y te preguntaba: ¿Por qué las personas se visten como no se quieren vestir? ¿Por qué las personas se esconden detrás de esos personajes que crean? ¿Por qué no quieren ser ellos mismos? ¿Ellos saben lo que son?

Entonces, mirándome a los ojos, me respondiste: Sabía que este día llegaría. El día del recuerdo y la palpitación. Fue cuando desperté, con tus palabras repitiéndose, como un mantra, en mi mente.

El árbol al final del viaje


 

IMAGINA. Te levantas por la mañana. Es un día cálido, los pájaros cantan, piensas en preparar café, pero antes te metes al baño para darte una ducha. Mientras cae el agua sobre tus ojos, ves cómo los azulejos de la pared empiezan a brotarse, como si quisieran salirse de su lugar. Piensas que es una ilusión óptica. Te secas los ojos y continúas viendo lo mismo. Con un poco de nervios, tocas los azulejos y compruebas que están en su puesto, y que no se han movido ni medio centímetro. Están firmes, como siempre. Respiras. Te secas y sales del baño, casi sin abrir los ojos. Cuando ya estás en la habitación, ves cómo el toldo parece estar danzando y la cama levita. Las paredes ya no son planas, sino que forman ondas azules. También, hay esferas de luz flotando por todas partes. Los cajones están abiertos y la ropa vuela, sin ninguna prisa, por los aires. Agarras algo para ponerte. Estás estable, sientes que sabes algo de lo que pasa. No tienes miedo, sino mucha curiosidad. Tocas las paredes y el piso, y siguen fijos en sus lugares, lo que parece haberse ido es la gravedad. Esta idea te excita. Sales a la calle. 

El holograma finalmente ha sido desactivado, piensas en medio de la calle. ¿Y dónde se ha ido todo el mundo? Nadie aparece. Los dueños de las casas se han ido y sus cosas flotan haciendo ondas de luz. Se ve muy hermoso el pueblo así, sin nadie y con todas estas burbujas coloridas a las que puedes atravesar sin ningún problema. Bajas en la bicicleta, pero no llegas muy lejos.

Una voz dentro de tu cabeza te dice que te tranquilices y que entres en ti. Dejas la bicicleta y vas detrás de la casa, donde hay eucaliptos rosa. Te colocas junto a uno de ellos; tus piernas rozando su tronco, tus pulmones llenándose de su frescura. Estás cerca de donde se enciende la fogata. Observas los residuos del fuego compartido. Estás en posición de loto y te dices a ti misma: estoy estable, estoy bien. La voz te dice que te relajes y que no abras los ojos. Tú obedeces. Entonces, una luz muy luminosa te envuelve, durante un tiempo que parece eterno y, a la vez, mínimo.

Cuando pasa la luz y abres los ojos, todo se ha vuelto oscuro. No ves nada. Te agarras del árbol, y comprendes que debes aguantar de esta manera. Sin agua, sin alimento, sin huir, simplemente quedándote quieta junto al árbol, meditando, estando en ti. Sin miedos, sin apegos. Estás sola, como cuando viniste al mundo. La muerte no siempre es física, a veces, los vivos atraviesan la muerte y regresan de ella sanos y salvos.

Mientras te aferras al árbol, te das cuenta de que este cuento se ha acabado. Que ya no hay mundo por conocer, al menos no de la manera antigua. Piensas que al fin la Tierra dio un vuelco y que las dimensiones se han distanciado unas de las otras, no como antes que parecía que todo acontecía al mismo tiempo y ya no se distinguía el pasado del presente o del futuro. Esos conceptos sobre el tiempo se difuminan en un abrir y cerrar de ojos. Ahora no existe más que silencio y oscuridad. Estás en el momento cero, en el inicio del tiempo. Sola, como cuando llegaste. Intuyes que pronto nacerás.

El árbol al que te aferras, te provee de la compañía necesaria. Le hablas tranquilamente. Le dices que la oscuridad no es mala, es lo que es. Tus ojos, poco a poco, se acostumbran, y logras ver a través de la negrura. El árbol te escucha y lentamente te hace conocer su voz. No muestras desesperación, porque los árboles son altamente sensibles a las emociones negativas y podría cerrarse para siempre. El árbol te ayuda a saber dónde fuiste dejando las marcas que te recuerdan el camino de regreso a casa. Te empieza a contar tu historia, entonces descubres dónde y cómo fue que todo empezó. 

Mundos paralelos


 alcanzando-la-otra-dimension-191604

—¿Cuál es su oficio?

—Construyo mundos paralelos.

—Por ahora, las vacantes para constructores de mundos paralelos están cubiertas. Tal vez, usted podría trabajar como podadora de memorias. Le cuento que este trabajo es muy interesante y hay quienes dicen que será el oficio del futuro.

—No me diga. ¿Y en qué consiste?

—Bueno, es difícil que yo se lo explique en este momento. Es algo muy complejo, y para poder trabajar en ello, de cara al público, primero tendría que seguir un curso intensivo.

—¿Cuánto duraría el curso?

—El curso podría durar de tres minutos a tres años. El tiempo de duración es relativo, eso depende de cuánto empeño ponga usted en aprender. Mientras más rápido usted asimile, más rápido iremos nosotros.

—Dígame un poco en qué consiste el trabajo, primero, para ver si me apunto al curso.

—Para explicárselo le pondré un ejemplo. Imagínese que usted acaba de nacer el día de hoy, exactamente hace tres segundos. ¿Qué cree usted que estaría haciendo?

—No sé, imagino que estaría llorando.

Muy bien. Pues imagine que usted está llorando por la incomodidad de ver la luz, porque la han sacado de su cómodo y oscuro lugar. Ahora, imagínese que muchas memorias suyas están marcadas por el llanto de un bebé. O mejor dicho: por su llanto de cuando era una recién nacida. Cuando su novio la dejó, por ejemplo, sin que usted se haya dado mucha cuenta un hilo finito, el hilo que ata todas las memorias, ató el recuerdo de ser arrancada de su cómodo y oscuro lugar, a su situación actual. Y usted, probablemente, lloró con la misma intensidad y casi de la misma manera. Como si volviese a ser una bebé arrancada de un útero. Y esto ocurre también con otros eventos. Mientras más inmaduros somos, más cosas, incluso cosas en apariencia insignificantes, nos regresan una y otra vez al origen de las lágrimas: nuestro nacimiento. Esto le pasa a las personas que no han sabido podar sus memorias. Ellos viven cada situación como una repetición de algo ya vivido, algo siempre doloroso. Así, no pueden aprender nada nuevo, por tanto, dejan de crecer. Son como árboles enfermos que no dan frutos. Por eso, las memorias deben ser podadas. Algunas deben incluso ser arrancadas de raíz, pero ese es otro trabajo para el que usted aún no está preparada.

—No lo había considerado. Cuénteme más.

—Sólo le diré que si usted aprende cómo podar sus propias memorias, y eso lo aprenderá haciendo el curso, entonces tendrá la facultad de ver el origen de sus lágrimas.

—¿También podré ver el origen de las lágrimas de otros?

—Claro, porque de otra manera, sería imposible realizar el trabajo. ¿Le interesa?

—Sí, me interesa. ¿Cuánto cuesta el curso?

—Eso lo decides tú.

—¿Lo decido yo?

—Sí, tú decides lo que te costará.

—Bueno, no importa cuánto cueste, quiero tomarlo. Pero ¿por qué hace un rato me hablaba de usted y ahora me habla de tú? ¿Qué ha cambiado?

—Todo ha cambiado. Desde que empezamos a hablar, todo cambió. Desde que entraste a este lugar, estabas haciendo el curso. Pronto, te darán la clave para acceder a las memorias.