Los círculos de la Piedad


Novela inédita «Los círculos de la Piedad»

«Los Círculos de la Piedad» es una obra existencialista en la que dos amantes se encuentran y desencuentran. Piedad es una mujer que ansía ser amada, pero no sabe cómo retener a Pablo, un hombre amurallado, quien ha vivido siempre en un vacío profundo. La obra refleja los dramas en las relaciones de pareja, que son consecuencia de traumas infantiles no superados. Habla de los círculos de amor, desamor, sexo, posesión, lujuria, excesos en los que las personas se ven envueltas.

FRAGMENTO

CAPÍTULO IV

LAS NOCHES DEL ESCORPIÓN

 

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Piedad pasa de ser un río tumultuoso a un tímido y jadeante hilo de agua que no sabe por dónde correr, que empieza a seguir un rastro ya establecido. El final es siempre el mismo. Pablo es estéril, parco, está hecho de una roca imposible de penetrar. Sus sentimientos permanecen cercados, permanecen altivos como la araña sobre su maroma, sus brazos jamás se abren y su boca está siempre lista para la pelea. Para demostrarle que el deseo de ella le pertenece, juega. Le niega el placer por días y noches, días y noches, se ausenta por semanas enteras. Ve con otros, le dice, yo no te ato. Él se queda lejos, resplandeciendo con otras, y ella pierde el juego. Él manda. Cuando quiere poseerla, simplemente lo hace. Ella está enferma y él lo sabe. Un hombre antes que él la enfermó, y él se aprovecha del camino abonado.

El sexo es una forma de dominación que funciona para casi todos los hombres. Lilith, la hembra que no se somete, la bruja que aún duerme en su interior malherido, se revuelve, grita pero Piedad no la escucha. Quiere revertir el daño, pero no sabe cómo hacerlo. Quiere huir y no volver, echar tierra sobre el nombre de Pablo, dejarlo solo en su ruindad, pero nunca tiene suficiente fuerza. Ha cedido todo su poder, su voluntad ya no le pertenece. Se desconoce.

Eva, la mujer sometida, la que guarda silencio y espera, le dice que aguante, que sea constante, que él, algún día la va a amar. Piedad sabe que Eva miente, que el amor es solo un engaño, un mórbido anzuelo que la mantiene en la agónica espera de la muerte. Es mejor levantar el vuelo y largarse a otro paraje. Pero Eva no la deja. Ella es la que ahora prevalece. Paciente, Piedad intenta comprender las causas y se dispone a soportar. Le repite a Pablo  una y otra vez lo que siente como un reclamo, un llanto, una insoportable letanía.

— ¿Tú no me amas? — le dice como una pregunta que parece una sentencia.

—Te equivocas. Yo soy así, un animal raro, un gusano intentando vivir en un mundo de hombres  —dice él sin contestarle realmente. Pablo  es Géminis, y siempre juega con la mente, tiene respuestas salidas de cuevas remotas que la dejan sin habla.

—Pero ¿me amas o no? —insiste ella, al cabo de un largo silencio. —Necesito saber qué sientes —dice en tono de lamento.

—Quita ese tono, porque de esa manera no conseguirás que nadie te ame —le dice él y se va.

***

Lilith sabe que él jamás cambiará. Ella es sabia, conoce a los hombres y, por lo tanto,  es pesimista. Sabe que Pablo  herirá hasta la muerte a la Eva que vive en Piedad, y jamás dejará de ser quién es. Pero Eva es ingenua, se aferra a la idea de que ella le enseñará el camino. Siente que ella le pertenece. Le abre el cuerpo apresuradamente para que encuentre las respuestas de sus cavilaciones. Le entrega el alma como hacen las vírgenes, como Dios ordena hacer a todas las mujeres. Le dice que lo ama y casi lo amamanta aunque no obtenga nada más que silencio. Él cree estar desahuciado, muerto antes de tiempo. Las múltiples tragedias han carcomido sus huesos, y él ha renunciado a la esperanza. Eva jamás renuncia. Él toma de ella lo que su desencanto le permite.

Durante tardes, madrugadas, noches, mañanas enteras se ahoga en sus líquidos blancos. Algunos días amanece convencido de ese amor, y se abraza a ella. Como un recién nacido suplica no ver la luz. Como un feto, no nacer. Como un hombre doliente implora morir dentro de la mujer. Como un dios, sonríe mientras se extingue. En esos días, él deja entrar el delirio. Hace poesía como un ejercicio para reconocer su propia alma, la llama con sonidos cóncavos, inventa plegarias para que el alma regrese, pero el alma está demasiado lejos.

Entonces, se aferra a las piernas de Piedad, como si fueran balsas en el gran río de la soledad. Porque Pablo  se sabe profundamente solo. Se han ido la madre y el alma detrás. Se ha perdido a él mismo, y si Piedad sigue insistiendo en seguirlo, también se perderá. No importa lo que ella haga, es inútil tratar de aplacar la llama del abandono en la que vive Pablo. Es un niño dejado, rechazado, por la única mujer que pudo amarlo realmente, y esa herida está tan abierta que él no logra unir los bordes. En los bordes, él se arrastra como un reptil pidiendo agua.