Ema y la libreta mágica


Ema sueña que viaja por el cielo nocturno montada sobre un ganso gigante. No sabe a dónde se dirigen, pero se siente feliz y muy cómoda sobre el enorme cuerpo del ave, que tiene el pico grueso y naranja, las patas de color rosa suave y el plumaje de un blanco plateado y resplandeciente como la luna. La voz del ganso es muy fuerte y suena como una trompeta. Al parecer, Ema entiende todo lo que su amigo ganso le dice. De pronto, Ema siente una mano sobre su cabeza. Es su madre, quien la despierta para ir a la escuela.

A regañadientes, Ema se levanta. Quiere seguir soñando, pero el horario escolar se lo impide. “No importa”, piensa, “lo anotaré todo en mi libreta para que no se me escape el ganso”. Enseguida, Ema toma su libreta y describe la imagen de ella volando sobre la ciudad con su amigo. 

Los sueños son su inspiración, de ellos saca ideas geniales para escribir cuentos. Para Ema, el mundo no está hecho de átomos ni de polvo de estrellas ni de diminutas partículas, sino que está hecho de fantásticas historias que apunta en su libreta. Ella va con su libreta a todas partes.

Ema ama con locura las historias de todo tipo, menos las que dan miedo. En su habitación, tiene una repisa llena de libros de cuentos, y todas las noches su madre le lee alguno.

Ema no lo recuerda, pero su padre le contaba historias cuando era un bebé, y aún en el vientre de su madre, su padre se quedaba dormido contándole historias que, muchas veces, sacaba de su cabeza. 

Cuando Ema regresó de la escuela, tuvo una idea: escribir una historia que no haya soñado para ver si se producía el efecto contrario. Si cuando sueña algo, lo escribe. Tal vez, cuando escriba algo, lo sueñe. Entonces, Ema escribió un cuento en el que ella estaba a punto de ser raptada por unos bandidos y, de pronto, apareció un hermoso príncipe que la rescató, la cargó en sus brazos y la puso a salvo.

El príncipe llevó a Ema a un bosque encantado en el que le presentó a todos su amigos. Entre ellos, estaba un zorro mucho más grande que ella, a quien, en principio, le tuvo miedo, pero luego, al ver la enorme sonrisa del zorro, Ema lo abrazó como si fuese su compañero de aventuras.

También, estaban los pájaros multicolores con los que Ema podía comunicarse perfectamente en el idioma de las aves y el caballo del príncipe, que era negro pero de brillantes crines doradas.

Tal como lo pensó, cuando Ema se durmió esa noche se vio montada en el caballo negro del príncipe, cabalgando bajo un manto de estrellas que caían fugaces.

Ema se sentía libre y estaba muy emocionada, porque en el sueño sabía que el caballo la estaba llevando directamente donde el príncipe. Y así fue. Pero cuando lo vio, Ema se dio cuenta de que el príncipe no era como ella lo había pensado en su cuento: un hombre ya grande, moreno, alto, fuerte, sino que era parecido a ella.

Era un niño de nueve años que vestía con ropajes reales y que podía hablar con todos los animales del bosque encantado.

El pequeño príncipe llevó a Ema en su caballo negro a conocer a sus amigos, y Ema pudo abrazar al zorro y conversar con los pájaros multicolores, igual que lo hizo en su cuento.

A la mañana siguiente, Ema le dijo a su mamá que su libreta era mágica, y que todo lo que en ella escribía, luego lo soñaba.

Su mamá se quedó sorprendida, y se alegró de que su hija tuviera una imaginación tan prodigiosa.

Viendo que el cumpleaños de Ema se acercaba, su mamá le preguntó qué quería de regalo. La niña le dijo que quería que todos sus amigos se hicieran reales para que ella los pudiera ver.

“Eso no es posible, hija”, le dijo su mamá. “Esas son sólo historias de fantasía que se quedan en los cuentos y en los sueños”.

Pero Ema insistió en que sí era posible.

Esa noche, en los sueños, Ema volvió al bosque encantado y les pidió a sus amigos: el ganso, el zorro, los pájaros, el caballo y el príncipe que se volvieran reales para su cumpleaños.

Ellos le explicaron que si se volvían reales, las personas podrían asustarse y hacerles daño y que ellos preferían seguir viviendo tranquilos en el bosque encantado y que ella podría visitarlos siempre en sus sueños. Entonces, Ema rompió a llorar.

El príncipe le dijo que como él era humano, él sí podía ir con ella a su mundo, pero que dejara a los animales en el bosque. Ema aceptó.

Cuando su mamá fue a despertarla, Ema le contó que el príncipe vendría para su cumpleaños y que había que preparar una comida digna de él.

Su mamá sonrío, y aceptó el desafío de cocinar para alguien de la realeza. 

El cumpleaños de Ema llegó, todas sus amigas de la escuela fueron a su casa por la tarde, le dieron regalos, le cantaron el cumpleaños feliz y comieron el pastel y la deliciosa y abundante comida que había preparado su mamá, pero Ema estaba triste, porque el príncipe nunca asomó.

“No importa, hija. Tú eres mi princesa, hice esta comida por ti”, le dijo su mamá consolándola, y de regalo le dio una nueva libreta, de filos dorados que en la tapa tenía dibujado un cielo estrellado.

Esa noche, Ema se quedó dormida y soñó con el príncipe. Él le dijo que sí estuvo en su cumpleaños y para probárselo le contó, paso a paso, todo lo que ocurrió, incluso le dijo las cosas que hablaron sus amigas, todo lo que comieron y le describió su cara de tristeza porque él no llegaba.

“¿Pero por qué no te podíamos ver?”, le preguntó Ema.

“Porque yo sólo existo en tu imaginación, querida Ema. Tú sólo puedes verme cuando estás conectada con tu imaginación, y cuando eres feliz. Y en tu cumpleaños, tú estabas conectada con otras personas, y con la tristeza, así es imposible que me veas. Eres tú quien me da la vida”.

Ema comprendió que sólo en sus sueños o cuando ella escribía sentía esa profunda emoción de felicidad que le hacía percibir esos reinos sutiles que ella recreaba en su imaginación.

Entendió que había una realidad paralela a la que ella tenía acceso solamente cuando dejaba fluir esa increíble creatividad, y que se cortaba cuando se lo contaba a alguien más, o permitía que la tristeza la invadiera.

A partir de entonces, Ema conservó como un secreto su relación con los maravillosos seres que ella conocía a través de sus cuentos y sus sueños. Sólo la libreta mágica podía saber todos sus secretos.